El entusiasmo adolescente con el que el ñoño participa de las representaciones culturales le viene de su curiosidad por los fenómenos “científicos”. El ñoño es de clase media y, con la cuota de angustia inevitable, en navidad ha debido siempre elegir. Un juego de química, un libro de magia o un kit de espías. Cualquiera de ellos despertará su fascinación por los personajes que se desdoblan. Y mucho tiempo antes de que en la escuela le den a leer Stevenson, el ñoño entenderá que no podrá definirse sino con una categoría marcada peyorativamente.
Pero antes de los juegos de magia, verdadero entrenamiento en el encarte y la distracción para robar chocolates en los supermercados, el ñoño fue un niño que jugaba con muñequitos. Una niña que jugaba a que sus muñequitos le contaban el pelo a las muñecas. Ni Batman. Ni Superman. Peter Parker.
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