Cartas de amor de Roberto Arlt


Escribía Roberto Arlt a su novia, con desvelos incluso más glamorosos que los del propio Ed Wood:

Queridísima amiga, auténtica y querida amiga,
Por fin solo, para poder charlar con usted. Son las diez de la noche. Cuando me separé de usted fui al diario. Tuve que aguantarme un poema chirle que me leyó un amigo. Algo tan lamentable que no tuve el valor de decírselo. Luego me fui a casa. charlé un poco con varias personas de la pensión, me contaron de un casamiento con unos líos. Yo escuchaba un poco en Babia. Pensaba en usted, aunque éste no es el término que debo emplear; en realidad seguía en su compañía. Me he apresurado a meterme en la cama y desde la cama escribo, con un codo sobre la almohada, la cara sobre una mano y un bulto de carillas...
compartiendo su cansancio por el fuego con el que ambos enfrentaban tempestades de arcos voltáicos y pulpos de ensueño moviéndose entre cubos de portland que amenazaban con derrumbarse como pesadas planchas de zinc.


Usted llama amistad a esta intercomuniocación. Yo la llamaría sensualidad perfecta. Escúcheme, querida, muy querida. La he tomado de las manos para que no hablara y me dejara hablar a mí. La sencualidad no es una fuerza que se traduce y manifiesta especialmente a través de los órganos sexuales. La sensualidad es una fuerza en sí, como la corriente eléctrica. Enciende una lámpara y calienta una plancha, y pone en marcha a los tranvías. Cuando nosotros, equlibradamente nos estamos comunicando con sagaz precisión hemos desviado la corriente de la plancha al ventilador. ¿Está claro? La prueba está en la fatiga corporal, "sobresaturación", a que nos referimos.


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