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Eres como la noche, callada y constelada.


Formalmente, la lira 211 es una composición de arte menor que alterna versos endecasílabos y heptasílabos distribuidos en quince estrofas según el esquema 7-11-7-11-11-11, privilegiándose las rimas consonantes. Las primeras dos estrofas introducen el poema situando al “amado” en posición de ausencia (v.8 “ya que están tan distantes tus oídos”). Apelando al procedimiento barroco de exteriorización alegórica de la realidad subjetiva, Sor Juana construye una “voz” poética (la sonoridad es importante en el poema) en cercanía con la naturaleza. En principio, mediante la reelaboración del tópico locus amoenus. En la estrofa tercera la conjunción condicional “si” introduce el recurso de repetición anafórica que agrupa las estrofas cuarta a novena. Puestas en serie mediante la anáfora, cada estrofa expande poéticamente un motivo del locus amoenus. Se trata de un procedimiento que realiza a nivel de la estrofa y del verso el principio general de todo el poema que procura transformar los distintos elementos del paisaje natural en pantallas imaginarias que imiten la voz humana. Definida como “gemido” en el verso diez y como “quejo mudo” en el verso doce, el poema intentará ubicar la voz humana en continuidad con la sonoridad de los fenómenos naturales. Un “arroyo parlero” riega la cuarta estrofa y, para que en las imágenes naturales el amado oiga sordamente (vea) el reclamo de la amada, el verso veintitrés emplea con mucho acierto el verbo “avisa”, que remite al gesto como zona intermedia entre la voz y el silencio. A continuación, las lágrimas que anegan la quinta estrofa cambian la hiedra, que es metáfora clásica de la unión íntima entre los amantes, por la simpleza y el despego que sugiere un “ramo verde”. Y si en la cuarta estrofa la risa corriente del río era llanto, al amado recostado bajo la sombra de un árbol ya no lo despertarán los dulces cantos del ruiseñor sino el gemido de una tórtola dolorida.

Con un paralelismo inicial entre los dos primeros versos (“Si la flor…/si la peña…”) la estrofa sexta llevará al extremo la identificación del lamento poético con las imágenes tópicas de la naturaleza. Como si la expresión tensada por una ausencia hallara en el tópico del locus amoenus una respuesta poética al desespero al que se ve confinada, en la estrofa sexta la aliteración del fonema /t/ animiza la flor y la peña que, resistiéndose desde entonces al conteo del paso del tiempo, llegaran hasta imitar el lamento poético: v.31 a 34 “Si la flor delicada, / Si la peña, que altiva no consiente/ del tiempo ser hollada, / ambas me imitan”. El “paso” del tiempo sugerido por la aliteración (altiva no consiente/ del tiempo) refuerza su efecto metafórico mediante el verbo “hollar”.

Hacia ese plano, en el que los elementos ya no son meras descripciones se avanza en la estrofa séptima (articulada sobre un procedimiento de adjetivación: “herido”, “acelerado”, dolorido”) donde el clásico cervantillo herido por las flechas de cupido aparece ahora transmutado en un “ciervo herido” que “en el dolor me imita”. Es decir: ya no es el poeta quien imita a la naturaleza, sino a la inversa. La naturaleza como la imagen de un paisaje que intenta ceñir al amado concertándose con la dimensión sonora del poema. Como un abrazo imaginario, el poema procura desplegar ante el amado los lamentos de la amada. Y la simpatía entre el murmullo de las aguas y el llanto (v.19 “si el arroyo parlero”; v. 24 “que a costa de mi llanto tiene risa”) llegará hasta nublar los ojos que verán el cielo anegándose de llanto (imagen de la vida en la ausencia).

Apelando al procedimiento de sinestesia, todo el poema parece organizarse en torno del séptimo verso “Óyeme con los ojos”. En el libro Sor Juana o Las trampas de la fe Octavio Paz retoma ese verso como título para el primer capítulo donde analiza los poemas de amor imaginario de Sor Juana interpretando la proliferación de figuras vinculadas con los celos, con la muerte y con el amado como ausente como una forma de otorgar nombres distintos a la soledad .

De la escena de caza de la estrofa octava (donde ahora es una liebre, como antes una flor, la que intenta avanzar sin que sean “sentidos” sus pasos) a la estrofa novena donde se cierra la serie anafórica, “celos” “inclementes” dan a la soledad el color de las tinieblas: v. 52 “de tinieblas se emboza el claro día/ es con su oscuridad y su inclemencia/ imagen de mi vida en esta ausencia”. Al tiempo que las risas del arroyo avisaban al amado de las quejas y del llanto; la naturaleza convocada por el motivo del locus amoenus comenzó a imitar, a dar imágenes, para la “voz ruda” del poema.

En la lira 211 las églogas de Garcilaso se imponen como referencia reconocible (Egl. I, v. 127-8 “Tu dulce habla ¿en cuya oreja suena?/Tus claros ojos ¿a quién los volviste?”. Y también el Polifemo de Góngora: oct. 48, “Sorda hija del mar cuyas orejas / a mis gemidos son rocas al viento”). Pero es interesante sobretodo el trabajo de asimilación activa de esa tradición pastoril. En un cierto sentido, Sor Juana invierte el compás que en las églogas va ritmando el canto de las penas del pastor con la trayectoria del sol en el cielo. Hacia el ocaso, las penas del pastor agotan su vida junto con el día. Sor Juana, en cambio, proyecta hacia el cielo los lamentos disponiendo la visión de un ocaso artificial (formado por nubes de lágrimas) donde sea el amado ausente quien resulte perturbado, en tanto la amada se inviste en la figura dominante del poema que es la del objeto de amor como inclemente y dador de pesares. Es decir, Sor Juana intercambia los roles que la ausencia distribuye: concertadas con la naturaleza, las quejas se expanden en el poema hacia una dimensión cósmica que llega a cubrir todo el cielo para “ofrecer” ante el amado la experiencia de la oscura soledad a la que también él podría verse confinado. (v.59 y 60 “y pues ya todo mi dolor ajusto / saber mi pena sin dejar tu gusto”, concentran la ambigüedad y reversibilidad de los roles de la relación amorosa).

Por lo general, los subtítulos que, a modo de advertencia, acompañan las poesías de Sor Juana se caracterizan por un afán interpretativo desfasado respecto de lo que efectivamente se puede leer en los poemas. Sin embargo, puede ensayarse el ejercicio de leer la lira 211 considerando el subtítulo “Que expresan sentimientos de Ausente” como intuición orientadora para el análisis del poema. Ya ha sido indicados algunos de los medios poéticos que, apelando a tópicos y metáforas tradicionales, presentan el poema como introspección imaginaria donde los sentimientos se despliegan como “expresión” de la naturaleza. ¿Pero acaso los “sentimientos de ausente” no están movilizados sobretodo por una especial percepción del tiempo que hace de la espera el más insoportable (desesperante) de los tormentos? ¿No residirá allí justamente la fuerza que tensa los “sentimientos” hacia el exterior?

Si la soledad se define en relación con el amado en tanto sujeto ausente, las metáforas de luz y sombra parecen funcionar en el poema como gradientes del tiempo de la espera. En la estrofa décima, luego que el nombre “Fabio” (frecuente en varios poemas de Sor Juana) aparezca casi como confirmación de lo insoluble de las quejas, se suceden cuatro estrofas articuladas entre sí mediante una pregunta de matiz temporal “¿cuándo…?”. Para quien padece los sentimientos de ausente, estar en soledad es estar a oscuras. Y si en la estrofa novena la amada intenta que el amado conozca la experiencia de los celos ofreciéndole la visión de un cielo que se oscurece, en la onceava estrofa, en cambio, la imagen del amado es convocada mediante una metáfora luminosa que reorganiza los sentidos del poema: v.62 “mereceré gozar tu luz serena”. La insistencia acerca de cuándo parecería tener, entonces, un efecto de consolación. La estrofa doce responde en un tono sosegado a la estrofa cuarta. Ahora las risas brotan de los ojos en lugar de ser un traslúcido llanto: “¿Cuándo tu voz sonora/ herirá mis oídos, delicada./ Y el alma que te adora/ de inundación de gozos anegada/ a recibirte con amante prisa/ saldrá a los ojos desatada en risa?” Incluso las penas se aceptarían porque brindan al sentimiento amoroso un carácter total y completo, dado que su fortaleza reside en poder incluir su propia dimensión disruptiva: v.78 “que tanto ha de penar quine goza tanto” (una propuesta similar se reconoce en los poemas que Sor Juana dedica al análisis de los celos). Mediante motivos oximorónicos se recupera la dimensión de sinestesia y una voz sonora que hiere los oídos delicada responde al óyeme con los ojos, mientras el amado es proyectado hacia una dimensión lindante con lo inefable, “que no cabe en todo lo sentido”, “bien indecible” y contraparte de “la queja muda”. La fatalidad de la marca de género intrínseca a los adjetivos podría llevarnos a pensar que esta composición de Sor Juana se aleja de aquellas otras donde predomina una enunciación “neutra” . Sin embargo, al fiar sus quejas al viento (v.2) la amada se fue definiendo no tanto en función de su femineidad cuanto por su proximidad con la naturaleza, ese lugar más allá del lenguaje donde el amor no está clasificado en función de roles de género.



"Que expresan sentimientos de ausente"





Amado dueño mío,

escucha un rato mis cansadas quejas,

pues del viento las fío,

que breve las conduzca a tus orejas,

si no se desvanece el triste acento

como mis esperanzas en el viento.

Óyeme con los ojos,

ya que están tan distantes del oídos,

y de ausentes enojos

en ecos, de mi pluma mis gemidos;

y ya que a ti no llega mi voz ruda,

óyeme sordo, pues me quejo muda.

Si del campo te agradas,

goza de sus frescuras venturosas,

sin que aquestas cansadas

lágrimas te detengan, enfadosas;

que en él verás, si atento te entretienes,

ejemplos de mis males y mis bienes.

Si el arroyo parlero

ves, galán de las flores en el prado,

que, amante y lisonjero,

a cuantas mira intima su cuidado,

en su corriente mi dolor te avisa

que a costa de mi llanto tiene risa.

Si ves que triste llora

su esperanza marchita, en ramo verde,

tórtola gemidora,

en él y en ella mi dolor te acuerde,

que imitan, con verdor y con lamento,

él mi esperanza y ella mi tormento.

Si la flor delicada,

si la peña, que altiva no consiente

del tiempo ser hollada,

ambas me imitan, aunque variamente,

ya con fragilidad, ya con dureza,

mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.

Si ves el ciervo herido

que baja por el monte, acelerado,

buscando, dolorido,

alivio al mal en un arroyo helado,

y sediento al cristal se precipita,

no en el alivio, en el dolor me imita.

Si la liebre encogida

huye medrosa de los galgos fieros,

y por salvar la vida

no deja estampa de los pies ligeros,

tal mi esperanza, en dudas y recelos,

se ve acosada de villanos celos.



Si ves el cielo claro,

tal es la sencillez del alma mía;

y si, de luz avaro,

de tinieblas se emboza el claro día,

es con su obscuridad y su inclemencia,

imagen de mi vida en esta ausencia.

Así que, Fabio amado,

saber puedes mis males sin costarte

la noticia cuidado,

pues puedes de los campos informarte;

y pues yo a todo mi dolor ajusto,

saber mi pena sin deja tu gusto.

Mas ¿cuándo, ¡ay gloria mía!,

mereceré gozar tu luz serena?

¿Cuándo llegará el día

que pongas dulce fin a tanta pena?

¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,

y de los míos quitarán el llanto?

¿Cuándo tu voz sonora

herirá mis oídos, delicada,

y el alma que te adora,

de inundación de gozos anegada,

a recibirte con amante prisa

saldrá a los ojos desatada en risa?

¿Cuándo tu luz hermosa

revestirá de gloria mis sentidos?

¿Y cuándo yo, dichosa,

mis suspiros daré por bien perdidos,

teniendo en poco el precio de mi llanto,

que tanto ha de penar quien goza tanto?

¿Cuándo de tu apacible

rostro alegre veré el semblante afable,

y aquel bien indecible

a toda humana pluma inexplicable,

que mal se ceñirá a lo definido

lo que no cabe en todo lo sentido?

Ven, pues, mi prenda amada:

que ya fallece mi cansada vida

de esta ausencia pesada;

ven, pues: que mientras tarda tu venida,

aunque me cueste su verdor enojos,

regaré mi esperanza con mis ojos.

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