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pensó: buen viaje, apagó la compu y cruzándose el morral saltó al colectivo. Supo de la felicidad de aquellos ojos: seguirían allí, titilando distantes, y acaso lo tranquilizó saber que no los olvidaría. Ningún otro color se les parecía. El azar seguiría siendo una mancha de huelgas y tabaco en una ciudad que a él lo abrumaba y a ella le agrada; mientras, sonríe y confiesa que no se haya.

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