En un país donde "la patria" y el resto de las
alimañas del circo que dice llamarse ideología nacieron
a punta de deguellos para ahorrar balas, el llanto podría ser un mandato, el gesto de una promesa de felicidad (en el sentido en que la palabra se usaba en la época en la que los dragones peinaban con cabriolas de fuego los sombreros raidos de los payasos): ese sentimiento raro que da la cimiente para los
documentos inalterables y los constituye.
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