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A las 10.55, con su paracaídas, aterrizó en pleno campo, a 850 kilómetros de Moscú. A pocos metros, aterradas, estaban una campesina y su nieta. El se quitó el casco: “No tengan miedo. Soy uno de ustedes”, sonrió, y ellas le ofrecieron pan y leche.

 Y Korolev lo había tratado como a un hijo. Serguei Korolev, director del programa espacial ruso –cuyo nombre permaneció en secreto hasta su muerte en 1966–, lo había elegido, cuatro días antes del vuelo, entre los seis cosmonautas que habían pasado las selecciones anteriores.

La cifra que indica un sueño vocacional: Se sigue hablando de llegar a Marte para dentro de 20 o 30 años, pero está muy lejos.

Una ñoña se come las uñas con sus trenzas congeladas frente al televisor: descalcificación de los huesos que ocurre bajo condiciones de ingravidez.

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