Después de todo, lo que un ñoño más quiere en el mundo es que su cerebro se lo coma un muerto-vivo y por eso lo alimenta y lo cuida, para que sea pesado, nutritivo y, según el adjetivo que emplean los buenos escritores a los que nos gusta leer, delicioso. Queda claro, entonces, porque el ñoño es un golfillo, una pelona.
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