FELIZ NO CUMPLEAÑOS

Vamos a comer a la ruta pero como olvidamos hacer la reserva nos toca esperar. Uno de los empleados, ex-compañero de escuela, ex-compañero de natación, amigo ocasional en mis salidas de copas de otro tiempo, y, según me comentará, ex-estudiante de educación física me ofrece una de las computadoras del local por si quiero pasar la espera mirando videos en youtube. Mis compañeros de merienda continúan sin interrupción una charla iniciada en el auto acerca de una pareja que ronda los cincuenta y se conoce desde los quince. Pienso que incluso los videos de Capusotto son una buena opción y acepto la invitación. Agradezco enfáticamente porque no recuerdo el nombre de "ex", que enseguida me dejará a cargo de la computadora porque lo requieren para despachar los pedidos en la cocina. Abro el mail y reviso el blog para que no haya comentarios. Recuerdo el proyecto de escribir sobre el libro que estoy leyendo, un bostezo urdido entre dos de las siete lomas de burro ubicadas en el camino que conduce al restaurante.

Me prestaron, y todavía no termino de leer, Cuarteto para autos viejos de Miguel Vitagliano. La persona que me regaló el libro es misteriosa. Falta la hoja guarda del frente, parece arrancada como para que yo piense que ese libro fue un regalo o para qué piense quién se lo regaló. La novela funciona un poco así, en el registro básico de las sospechas nacidas de proyecciones siempre un poco tontas e imperfectas.

Pienso que lo mejor será devolver el libro ni bien termine de leerlo. Fue un préstamo y sería un regalo sólo si decido robarlo. Cosa que no haré para cumplir con la invitación a marcar y dibujar las páginas. Y eso es lo más misterioso. Porque el libro ya está marcado: por quien eligió prestármelo o por la persona que lo pensó como regalo, no lo sé. Las marcas no son muchas pero cierta meticulocidad las hace coincidir con las oraciones que parecen poco significativas. Como si las marcas en el libro fueran en verdad un despiste, una trampa dispuesta con pericia y aplicación que con el correr de las páginas se va transformando en un desafío.
A veces, leer un libro marcado tensa una invitación implícita al juego de las coincidencias, llevar adelante una improbable relectura conjunta con alguien que está más o menos distante. Van sugiriendo diferencias de énfasis y de apreciación pero también detenciones en un mismo párrafo, una frase, una palabra.

Después de dibujar varias páginas con gatos, elefantes, hombres bomba y pajaritos, sigue revelándose incomprensible la lógica subyacente a los subrayados. Decido entonces hacer trampa y hago coincidir mis tildes en el márgen con muchas de las oraciones subrayadas. Rompiendo una regla básica de las lecturas de verano, que dicta subrayar poco y sólo las frases bonitas, invento algunas coincidencias sobre frases subrayadas que no me sugieren nada. Ahora que hemos vuelto a casa, puedo aportar un par de ejemplos:

"Ignoraba el nombre (...), de ahí que el mensaje fuera lacónico." (p. 87)
"Convivir sin preguntas, dormir sin preguntas, como advirtió Darín-Darín la mañana de su nacimiento" (p. 99)

Sentado a la mesa con nosotros, "Ex" recomendará una ensalada que no aceptaremos. Somos tres y, al ponerse de pie, retira la silla en la que estaba sentado. Ya no volverá.
Durante el almuerzo, intento conocer el parecer de mis compañeros. Simultáneamente, pregunto sobre el estado del tiempo en los últimos días y comento lo sabroso que se ven sus platos. Obtengo así una serie de opiniones y sugerencias yuxtapuestas para los subrayados, que podré reinterpretar luego según mis objetivos. Pero sobre lo inestable, cambiante, atractivo y al mismo tiempo, delicioso, se impondrá la charla acerca de la pareja de eternos tortolitos, que sólo la siesta pondrá en stand-by. Conozco la historia de memoria y en cierta oportunidad decidí ya no aburrirme más cuando surge prestando atención a los acentos y variaciones convocadas en cada ocasión.

Marta y el papá de Griselda iban juntos a la escuela y empezaron a salir de novios cuando tenían 16 años. Desde esa época están juntos. En este caso, "estar juntos" significa que se pelean y se reconcilian, lo mismo a los 50 como cuando tenían 16. Durante las separaciones de rutina ninguno de los dos se casó ni tuvo más hijos. Volver es fácil: ya se conocen. Volver es reconfortante: sienten volver a la adolescencia.
Posiblemente conocieron uno el sexo en el cuerpo del otro, y la costumbre de un único ritmo todavía los envuelva en una música conocida que compensa la falta de seducción. Volver es triste: para ocultar los reproches y poder sonreírse deben esconder los pequeños deslices y alegres descuidos que, al volver a estar juntos, sienten que se transforman en una pérdida: de tiempo y de energías.
Desilachando un budín de pan, registré un cambio de acento en este último axioma, ya oído en otras oportunidades.
Según parece, para una pareja así, el tiempo y la energía son la misma cosa. Y la clave está en la seducción.
Una pareja sin energía. Porque la energía (el amor, el afecto, las caricas y los secretos pero no el guiño o la vana insinuación) les viene de la ilusión de retorno al pasado embriagado de vigor adolescente. La energía vendría de esa relación con el tiempo que creen alcanzar juntos. Pero con ese tiempo adolescente la relación es de ruptura y rutina. La adolescencia es la rutina del sopor antes de querer decir ok, toca ser otra cosa. ¿Un adulto? Puede ser. Sin que sea necesario, sin embargo, transformarse en una "persona grande" que ve sombreros en lugar de elefantes. Y en eso, la adolescencia es muy distinta de la infancia porque en lugar de rutina, la infancia es puro juego, puro invento y pura magia ya que uno siempre puede y debe inventarla porque la perdió para siempre. Un poco lo mismo con los juguetes. Y no es raro que con las parejas.
Pero, entonces, ¿porque Marta y el papá de Griselda son una pareja agotada, sin energía, si "estar juntos" a los 50 los devuelve a los 16? Porque vuelven a los 16 en la forma de una ruptura, a la escena del corazón roto del primer amor (y del sexo virginal). Estando juntos a los 26, 36, 46 y 50 no vuelven a la felicidad de los primeros besos y las primeras salidas, sino a la primera ruptura amorosa, cuando a minutos de la primer pelea y a cuadras de poder correr para reconciliarse, pensaron por primera vez que tal vez sería mejor si podían volver a estar juntos. Y nunca se preguntaron mejor respecto de qué...
Después de todo, había llevado su tiempo decidirse y conocerse, charlar sin miedo al ridículo, descubrir sus cuerpos en la zona oscura del cuerpo del otro. Volver es fácil, pensarán a los 16 como a los 50. Volver es reconfortante pensarán a los 16 como si ya tuvieran 46: volver es tener sexo con alguien conocido. Y a los 16 sellarán así la rutina de atenerse a lo conocido.
Para mí, que no soy Marta ni el papá de Griselda pero siempre escucho hablar de ellos cuando salgo a comer afuera, volver es triste: a los 16 y a los 50, pensaban y sentían lo mismo. A los 16 parecían ya tener 50. "Estan casados", era el comentario de los amigos de la escuela y con el tiempo, además de casados estarán cansados.
Porque han superpuesto la primera pelea de pareja (a los 16) con la ruptura que todos atravezamos, con o sin parejas, con un cuerpo sexuado y cansado. Pero para ellos, desde los 16 ese cansancio será para siempre. Porque sólo añoran el momento que estando peleados por primera vez sintieron que no podían hacerse cargo y en adelante aceptaron la rutina de la ruptura que se repite cada cierto tiempo en lugar de elegir la seductora fantasía de "lo que no ha empezado y no se puede terminar".
Sólo al precio de haber envejecido tanto y descansado tan poco pudieron ilusionarse con la pretensión de hacer tramitar como pelea de pareja puber el malestar pavo y pasajero de la adolescencia, malestar del que sólo es posible reponerse echando a la basura las cremas para el acné, peinándose con gel algún domingo imitando al agente Cooper y poniéndose un aro pesado en el oído para que de a poco retornen, mientras nos hacemos grandes, las vocecitas melancólicas de los niños con ojeras de la infancia.
Lo que los perpetúa, a los 16, 26 como a viejos de 50 es algo simple. Una "taradez", que no deja de entrañar algún peligro como las bicicletas sin cadena que giran en falso. Y si bien no hay nada más terrible que las rodillas lastimadas siempre será deseable el tropezón que nos lleve madriguera abajo. La seducción parece ser algo siempre un poco complicado, tierno y enredado. Mucho más entretenido. Después de todo, a los 16 uno se pone de novio porque está jugando.

La novedad, porque por eso salió la charla, es que Marta y el papá de Griselda intentarán recomenzar en enero en Mar del Plata. Quizás les toque buen tiempo. Y cuando las olas arrasen con todo, encuentren cobijo como algunos pájaros que se posan en tierra cuando ya están muy cansados y van abandonando en silencio la rutina desfalleciente de amar todavía lo pasajero.

No hay comentarios: