Ayer fuimos con Leo, que despierta la envidia de los ñoños y las miradas de los desorientados porque sabe todo y más de lo imaginable acerca de 2.0, a un encuentro de ilustradores. Era tarde, un único kiosko abierto y el mostrador sin gomitas. Enseguida comenzaron los reproches. Primero, por el nombre del blog. Como otras veces, me ví forzado a explicar los mecanismos del nuevo montaje en el porno, el mismo de los posters y tapas de revistas que superponen nalgas y sonrisas. Una refracción entre dos "fases". Algo sin mucho vuelo. La explicación no gustó. Barajé porcentajes de sitios web, datos sobre búsquedas con palabras claves. Ni hubo caso.
Terminaré cambiando el nombre de blog, ya sé cuál será. A continuación, me reprocharon todos mis últimos post. Muchos pajaritos, hermoso, encantador pero no me sugerís nada, me decía Liniers. Leo me lo había presentado en el último recital de Coiffeur. No había dejando de hablar durante el show, adueñándose además de mi cerveza porque su daikiri estaba muy poco "no sé qué".
Yo había pasado la tarde terminando de leer la correspondencia de Mme. de Staël. No quisiera tanto recibir sus cartas como poder inflamarme para escribir como ella. De hecho, las escenas de suicidio simulado con opio provienen de allí. No pude recordar uno solo de sus lamentos desenamorados dirigidos a Napoleón y con la tonada que corresponde a un buscapleitos en baile popular, anticipando nuevas críticas, ensayé: disculpame, llegamos hace media hora, están todas las ventanas cerradas, se nota que no hay sillas suficientes, lo último que quisiera es incomodarte, yo converso con vos, todo bien, pero ¿podría ser un vaso con agua?, si querés indicame donde está la cocina, tampoco vas a andar abriendo y cerrando la heladera cada dos segundos, nada de eso.
Liniers trajo tres latas de la cerveza que los vagabundos toman bajo las arcadas de los castillos porque cuestan menos de dos euros y tienen mucha gradación (esas "importadas" de palermo). Teniéndo las dos manos ocupadas fue fácil para Max asaltar los guiones de mi morral gigante que, obviamente, no había sabido dónde dejar. Este puede andar, soltó por fin, pasado el instante infinito que le llevó recorrer las páginas de los cuadernos. Mientras los revisaba, recitó de memoria las partes que, le parecía, habían vuelto mis últimos posts errores cínicos, desalmados e ingenuamente crueles. No sé por qué esas cosas morbosas, ahí ya no te sigo. Mirá, me quedo con este, para abanicarme.
Recordé entonces a mis seguidores. Me habían escrito con reproches similares, quejándose ante lo que, les parecía, una serie interminable de lamentos y recriminaciones. Tampoco en la fiesta iba a explicar mis últimos intentos de imitación literaria. Ni salvaría mis equivocaciones la indicación de los nombres e intensidades que hubiese querido poder ayornar.
Pensé que importaría mucho menos el esbozo de la lista abrumadora de incidentes que, desde hace seis años, me persiguen y está siempre en relación con aves y pajaritos. Que no son lo mismo pero se parecen, me dirá Liniers cuando, vencidas mis vacilaciones frente a una confesión que, ya ven ustedes, era de lo más intrascendente, se vea en la obligación de obsequiarme, en las hojas del cuaderno que Cachimba había abandonado sobre la mesa, un pingüinito, un gato, un gorrión, y el dibujo del osito de alguien que, como era muy tarde, ya debía estar descansando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola. Llegué a vos por el blog de Daniel Link. Dejaste comment ahí y te busqué. Muy bueno tu blog y me alegro de que te guste The Magic numbers...

Lorenza Murió dijo...

ajá, mirá.
Sí, leo linkillo (creo que es obvio).