AL OTRO DÍA de San Jonás, encontré una tortuga. Había sobrevivido comiendo papa fritas y recortes de pan lactal entre los cimientos del Castillo Vagabundo, que iba a llamarse, originalmente, "El misterioso castillo ambulante" pero los constructores empezaron a tener problemas con los japoneses. Con los chinos, obviamente, hubiese sido distinto.
El primer año se pasó descubriendo qué le gustaba comer. Dejándome engañar por su color verdoso, en la salida de su casita siempre había lechuga, pepino y zapallitos. A veces, cae algún durazno o una rodaja de tomate pero ni los mira. Para su cumpleaños quería darle algo especial. Me levanté temprano y conseguí los ingredientes para un revuelto de acelga. Después de la sieta, fui a cambiar la yerba del mate en la tierra de una maceta y ví que se escondía sin haber probado bocado. Le regalé una ración extra de lechuga y empecé a sentirme triste triste triste por haber pasado toda la mañana asombrándome cuánto había crecido.
Recién a medianoche realicé que tal vez estuviese esperando papa fritas. Fuimos al Castillo Vagabundo y se quedó dormida entre el pan de los tostados.

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