Por haber estado indeciso entre ponerme un yoging para caminar por calle Loyola e intentar llegar a dedo a Concordia en menos de 20 horas, llamé a la puerta de la Motorhome y me recibieron con el índice en alto conteniendo recriminaciones. No vi venir el pelotazo (todavía tengo un moretón sobre la tetilla derecha) y, cuando quise preguntar cómo les había ido, terminé recibiendo una cachetada. Pregunté por Sandra, que era la única integrante de la banda a la que conocía. Había ido por cigarrillos y la estaban esperando para servir el desayuno.
Viniendo, los gendarmes les habían quitado los cartones al cruzar la frontera . La falta de opciones en la proveeduría seguramente reforzaría el malhumor habitual con el que solía levantarse. Sin embargo, llegó riendo y haciendo caras, mostrándonos los dientes negros llenos de chocolate. Había encontrado muffins recién horneados y nos amenazaba con comérselos todos si no hacíamos el mate de inmediato para ir a empezar el día junto al arroyo.
A la tarde tenían la prueba de sonido. Mientras conectaban los equipos, uno de los asistentes quiso dejarme a cargo de las fotos durante el recital. No me gusta mucho sacar fotos y pedí estar al mando de las luces. Sólo había un portatil y para evitar sobrecargarlo decidimos anotar el diseño sobre la lista de temas.
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