Ñoños de rostro impávido

Por esa razón, en la representación del tiempo en las novelas, la infancia de los personajes se despliega como una ritualidad originaria que una vez, y otra, se reinicia como un juego oscilante entre el hábito impersonal y la costumbre íntima. Los textos parecen buscar sus cimientos en el mecanismo de los pasatiempos infantiles. En asociación con el juego de la oca y con los garabatos, el recuerdo da la cimiente para una escritura en función de rememoración que opera en los textos como motor del relato de la vida de un artista y de un proyecto familiar.
En este sentido, la lectura podría convocar la recuperación de una pasión infantil por el armado-desarmado de los juguetes, un pasatiempo del que resultan objetos que hallan sus rasgos distintivos en la yuxtaposición de detalles con los que queda puesto en evidencia el trabajo de desmontaje que los ha construido.
En un punto, el mecanismo del tiempo en las novelas comienza a funcionar cuando, de repente, se produce la ruptura del encantamiento por la llegada del personaje a quien se aguardaba y cuya presencia viene a poner fin a la espera porque convoca recuerdos que expanden y confunden las coordenadas que enmarcan el presente.
En esta dirección, analizar la representación del tiempo en las novelas podría ser un atajo para leer el funcionamiento del dinero en relación con la promesa de un estado de gracia. El tiempo es la ilusión que permite constatar el trabajo. Porque forma parte del catálogo de películas para niños de seis años a los que un payaso podría ser afecto, la torpeza fuera de sincronía de Charlot nos lo recuerda.
Los ñoños nos indican la senda por la que pasó corriendo el conejo, hacia un mundo (felíz) en contra-picado
Por su parte, la cortesía sería la forma desencantada del trato entre las personas. La cortesía homologa a los hombres con el ritmo de la economía monetaria. Por eso, el fuera de ritmo queda remitido a los juegos. Las normas sociales tienden a entramparlo con frases del estilo ‘ser encantador al trato’ o ‘es una persona encantadora’. En verdad, el encantamiento invita a una confianza ciega que nada promete a quienes aguardan. Siguiendo exclusivamente las exigencias del decoro y la cortesía, la investidura de un status intachable termina por borrar las huellas del hábito y realiza, ante los ojos de la sociedad, la costumbre del trabajo con los brillos impecables que ostentan las estatuas.
El conflicto subjetivo de un payaso se formaliza en un triángulo amoroso en cuyos vértices la historia parece bosquejar una preocupación objetiva acerca del lugar del artista que no logra integrarse ni se relaciona de manera pertinente con el mundo del trabajo. Tampoco con el dinero. De hecho, ¿qué guarda un payaso en sus bolsillos?
En el ingrato vaudeville del mundo del trabajo, el amor circula como una de las denominaciones del dinero. Cuando la rememoración adopte la forma de un monólogo interior, se revisarán los pasos que arrastraron al personaje del payaso a un presente triste, solitario, pero sin risas.
La geometría doméstica que “da tela” a los celos de un payaso funcionaría como signo inverso del cambio de vestuario que lo conduce a encarnar, sucesivamente, entre el inicio y el final de la novela, los tres tipos más representativos de “gracioso”. Llegan a la estación de trenes los despojos de un payaso serio y solitario, que ha visto mermar un target con el que, tiempo atrás, se representaba la seriedad e inteligencia con la que sabía enfrentar con arte y de manera resolutiva los desafíos dispuestos por el azar sobre el escenario. Durante las tres horas y media que distan entre el arribo y el simulacro de partida que tiene la estación como escenario, Pierrot se fundirá con la figura atontada de Augusto y la bebida acostumbrada del partenaire irá confundiendo a los personajes hasta terminar integrándolos con el tercero requerido para completar el consabido el trío artístico: el Tramp, un sujeto despojado que, a diferencia de sus compañeros, ya nada espera porque encarna la pose cómica del desocupado que habita en la incertidumbre del viaje, transportado ahora hacia una búsqueda indefinida.

Las estaciones, los hangares de trenes incluidos, materializan en una coordenada espacial la situación temporal de la espera.
El conflicto subjetivo de un payaso se formaliza en un triángulo amoroso en cuyos vértices la historia parece bosquejar una preocupación objetiva acerca del lugar del artista que no logra integrarse ni se relaciona de manera pertinente con el mundo del trabajo. Tampoco con el dinero. De hecho, ¿qué guarda un payaso en sus bolsillos?
Sin embargo, teniendo en cuenta que las venganzas son asumidas por personajes que se diferencian del resto porque, incluso a su pesar, son capaces de recordar, es posible leer las tentativas de venganza como una indicación del malestar vivido por quienes se sienten obligados hacia un entorno social que se pretende desmemoriado.
Como el desprecio, la risa permite leer la sociedad como ruina, captar aquello que no deja de anunciarse como un trucaje mecánico que, aunque se empeña en imitarla, en nada se parece a la vida.
El tiempo, otra vez, desgranándose en nubes de incienso.

1 comentario:

amiga amema dijo...

Los bolsillos de los payasos son mucho más grandes, igual que los zapatos, la nariz y la sonrisa. Es llamativo que tengan ojos tan pequeños. Digo, como se proyecta una mirada desde esos ojos tan pequeños... se proyecta un poco menos de todo o no se proyecta nada