Despechados

Porque pierde tiempo buscando afecto donde "no es seguro" que lo quieran, a cada paso, un ñoño duda. Esa es apenas una de las posibles razones que explican que al caminar parezca como que se tambalea. Ya por siempre curados de las "fiebres de identidad", con combatividad, y no sin sufrimiento, los ñoños se esfuerzan por encontrar caminos nuevos. Recuerdan el aburrimiento y el tumulto de humillaciones que los apartó de los saberes que no los admitieron en su seno. Conservarán la sensación de entablar una relación de despecho con todo lo que estudian, todo lo que ven, todo lo que leen. Todo lo que tocan les provoca el efecto de un encantamiento...
No obstante, impaciente y alarmado, pero incapaz de cumplir una orden a causa de la condescendencia distraída que, sin aviso previo, pueda trocarse en una tormenta de agresividad que lo dejará perplejo, un ñoño (acaso porque desconoce qué pueda llegar a ser lo que de él se espera) sufre horrores no pudiendo controlar las cosquillas que asaltan su corazón mientras el mundo le da cuerda.
Con los dientes apretados, formula frases que le otorgan un margen de maniobra. Cuando consigue echar a andar, su curiosidad, que todo lo absorbe, se enciende y su rostro, cual mira telescópica, pestañea.
Funciona como un resorte. La curiosidad de un ñoño recuerda las maquinitas a dínamo que funden la niebla yendo a pescar en bicicleta: pura ignorancia, infantil desorientación frente al sol de noche que custodia los lindes de sus temas. Antes, una pulsión tránsfuga les impide a los ñoños referirse a cualquier asunto como si se tratara de los temas de "ellos" y, al mismo tiempo, con la tímida fuerza de un motor a electroimanes, a cada vuelta de corriente, para mantenerse titilando, se apartan, se unen, alternan.
Aunque rara vez lo salva, la lectura a un ñoño lo atrapa, se lo lleva lejos, lo altera. "De repente", cualquier historia lo aleja. De ahí, su cara pálida: mitad miedo y pérdida del equilibrio; mitad disimulo y extrañeza.  

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