Para no llorar, entonces, hay que pensar:

Mi Kindle tiene faltas de ortografía y por momentos, se ve medio borroso. Un amigo me dijo que a veces se mezclan los diccionarios haciendo que se entrecrucen los alfabetos que traen cargados pero, como siempre tiene respuestas para todo y nunca sabe nada, decidí ir para que me revisen el aparato. Asustado, ni bien pongo un pie en el negocio apareció un tipo todo raro invitándome a pincharme con yo no sé qué droga. Enseguida salió a recibirme un vendedor y me explicó que eran nuevos en el barrio y que debido a los costos de alquiler del local, habían aceptado sub-alquilar una de las habitaciones a un "artista tatuador" (así dijo). "¿No es simpático?", agregó. Ahí entendí lo desacostumbradamente aparatoso que me había parecido el instrumento que yo había querido ver como una veringuilla.
Andando a los saltos porque el vendedor camina ligero, lleguamos a la pecera con el letrero "defectuosos". Deposité mi aparato en una caja de madera naranja. Del otro lado del vidrio, una mano la tomó hacia adentro al tiempo que, en el auricular adherido al vidrio, una voz de ñoño adormilado quiso saber: "decime, ¿el encendido está ok?". Afirmé con la cabeza y dije sí con los labios. "Se ve borroso". La respuesta fue: "¿medio borroso o todo?". Giré sobre mis hombros.
Frente a una pequeña caja luminosa de vidrio violeta, un grupete de adolescentes molestaban tironeándose del brazo y estallaban en risas ahogadas cuando en un letrero de letras negras se repetía titilante la advertencia descarga imcompleta, por favor, aproxime nuevamente el dispositivo, por favor.
"Medio, sino no se vería nada, ¿no?", respondí volteando hacia el vidrio espejado donde el técnico parecía que ya no estaba.
"Ya veo. Tenés para media hora, date una vuelta". Como el local estaba recién abriendo, en la mayoría de los puestos las máquinas estaban todavía apagadas. Las veces anteriores, cuando había tenido que reclamar algo con poco tiempo de uso, siempre me había vuelto a mi casa con un producto nuevo. Empecé a recorrer el negocio desilusionado, haciéndome ya a la idea de que tendría que aprender a manejarme con un aparato que, desde el vamos, está fallado. Mientras hacía planes y sacaba cuentas para comprarme uno nuevo, encontré un oasis de sillones para jugar videojuegos, aparté los comandos y abrí mi compu. Pensé que podría haber algo en la tele o ver youtube pero arranqué por revisar el mail.
Ahí fue que me encontré con esto:

Que las librerías en los próximos 15 años van a replegarse y los canales de distribución serán los grandes perdedores.

Que aquellas librerías que sí consigan ser exitosas no lo van a lograr con grandes superficies de exhibición sino ofreciendo una experiencia de compra satisfactoria y sobre todo, bien específica.

Que las editoriales tendrán que pelear contra los grandes de internet como Google, Amazon y los que estén por venir, por el negocio del libro.

Que los editores independientes, si se animan, arriesgan, asocian y entienden el futuro del negocio, tienen un futuro brillante.

Que no solo los libros van a cambiar sino también la literatura. La Literatura con mayúscula seguirá peleando una porción de público siempre escasa, sin embargo la literatura de entretenimiento tanto como la no-ficción crecerá tanto como los videojuegos en la década pasada.

Finalmente: la industria editorial deberá entender que la venta de libros electrónicos tiene que ser más fácil que bajar un libro de un blog, de otro modo, estará en problemas, tal cual le pasó a la industria discográfica.

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