Lenin lo hizo

Les digo a mis alumnos que, si así lo desean, pueden escribir sus informes de lectura sobre el libro Un mundo feliz rescatando las frases en las que Gustavo Cerati nos habló del amor. Aunque muchos de mis alumnos son hermosos, generalizo y me adelanto: estoy convencido de que otra vez desoirán "no harán caso" de mi invitación y ninguno retomará la sugerencia. (no harán caso, digamos así ya que se trata de lidiar con adolescentes que se enfrentan con un salvaje edipizado).
“Para mostrarte tu deseo, basta con prohibírtelo, un poco”, solía cantar un hombre grande que, pisando los cincuenta años, se animó a ponerse de novio con una señorita de diecinueve. Más próximos en edad pero igualmente distanciados, la relación entre Marx y Lenin parece poder ajustarse a esa consigna amorosa. En el capítulo VI, Bernard nos aburre con otra de sus desoladoras lamentaciones: en verdad, amada mía, hubiese querido probar el efecto que produce detener los propios impulsos (p.86). Como Cerati, como algunos de mis alumnos, Bernard entrevé que durar puede ser infinitamente mejor que arder, de allí el malestar que los domina. ‘Yo soy yo y desearía no serlo’. Su propia persona –nos dice el narrador- le inspiraba un sentimiento doloroso. Las burlas acerca de su masa corporal le hacían sentirse como un forastero y se comportaba como tal. ¿Quién puede tener ganas de aceptar una invitación de un sujeto así? Alguien que se siente como un forastero, un personaje que siente estar completamente sólo en el mundo: ¿cómo convence a la chica que le gusta para invitarla a salir, incluso cuando parece no estar urgido en intimar?
Yo me identifique con Bernard. Me pregunto con quién se habrán identificado ellos, mis alumnos. El personaje se llama Marx Bernard. El nombre tiene que querer decir algo. En principio, los sentimientos de soledad y de aislamiento lo acomplejan, eso lo sabemos. Aunque es igualmente cierto que la actitud que lo lleva a querer constituirse como una islita en la multitud (cada persona es un mundo, diríamos hoy), el culto de la intimidad aproxima al personaje de Bernard con John el salvaje. Las explicaciones del origen deforme de ambos son un detalle perfectamente olvidable (un error químico, alcohol en la sangre, o una madre civilizada condenada a vivir entre salvajes, con una figura paterna que le obsequia lecturas cultas, todo eso importa poco) porque, si recordamos el inicio, la cuestión central en nuestra novela es el amor. Entonces, y teniendo en cuenta el nombre propio del personaje (Marx) yo les pregunto a ustedes: ¿Se puede ser feliz sin amor? No, de ninguna manera. Así contestaran quienes nunca han estado enamorados. Porque si yo puedo estar enamorado, si yo puedo amar y sentirme amado, la última tontería del mundo por la que voy a preocuparme es por la felicidad. ¿Mi felicidad, que si soy feliz, se me pregunta? Y, no sé, no veo quién pueda preocuparse por eso. Yo estoy enamorado.
Podemos hacer a un lado la cursilería porque, en verdad, en Un mundo feliz de lo único que se trata es de comprar. Se trata de comprar, lo que sea, y rápido (“cuando uno no ama, ¿qué hace? Compra”) porque los ritmos que organizan todas las actividades humanas han sido asimilados con las tecnologías que garantizan la eficacia en el trabajo (fordismo). Todas las actividades humanas tienen el mismo ritmo porque sólo quedan en funcionamiento aquellas actividades que son rentables, que aportan estabilidad, sólo se ha conservado aquello que promete felicidad contante y sonante. En Un mundo feliz vemos en funcionamiento una economía estricta, que se encarga de regular los vínculos afectivos entre los personajes. De ahí que las matemáticas sean taaan importantes. Un binomio, por ejemplo, es la suma de dos términos (1 personaje + 1 personaje). Por esa razón, como por efecto del soma, incluso los solitarios se unen. Si la felicidad se parece siquiera remotamente a los gritos de una multitud, ser feliz implica que todos deban tener su par, deban formar parejitas, la reglas es amontonarse. Es un mundo feliz y los personajes no dejan de aparearse. No pueden dejar de hacerlo.
Incluso si no están enamorados, Marx Bernard y el salvaje John forman un binomio: “solo, siempre solo”, John se lamenta y sus palabras despiertan “un eco quejumbroso en la mente de Bernard”. Suspiraban lo mismo los dos pero el signo igual de la relación tenemos que buscarlo en la tradición de los sueños filosóficos creada por los sujetos que, por considerarse espléndidos, deberían irse a vivir a una isla. En la cultura, ustedes saben, las utopías siempre se representan como una isla. El último intento de imaginar una isla, una idea hermosa y apasionante, estuvo a cargo de Benjamin Linus con su defensa sacrificada del proyecto Dharma. Pero volviendo a Un mundo feliz, el personaje de Lenin es como Kate Nash en ‘Mansion song’ o como Chloe Bello, la novia de Cerati, y hace muy bien en querer verse envuelta en episodios acordes con esa situación. Por eso, no puede sino enojarse y con razón con los pésimos candidatos con los que Huxley la enfrentó. Lenin es “una mujer independiente del siglo XXI”. La aparición de Lenin a Marx lo vuelve loco. Literalmente. Porque Lenin fue en el siglo XX la realización de los sueños de Marx. La utopía marxista, el sueño de una dictadura del proletariado, la URSS, el comunismo vueltos realidad, Lenin lo hizo. En la novela y en la realidad, Lenin representaría la amenaza de ver llegar el momento en el que se vuelvan reales todas nuestras fantasías, que eso que esperamos finalmente llegue: “no dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy” dice Lenin, “doscientas repeticiones…” se limita a comentar Bernard, el personaje que la mañana siguiente a una cita amorosa despierta acongojado porque no ha sabido esperar.
Nuestro tema siempre es el amor y sabemos de sobra cuan molestos resultan los personajes celosos. Marx siente celos, Marx está celoso, alternadamente, de Lenin y del salvaje. El triángulo amoroso es la clave que, al menos en parte, explicaría porque una novela que está planteada sobre la base de un triángulo típicamente melodramático no tiene un final feliz y, en lugar de casamientos y happy ending, tenemos dolor y duelo.  El sueño de felicidad eterna del siglo XX fue ver llegar el triunfo de la abundancia sobre las necesidades. La naturaleza totalmente dominada mediante el trabajo humano. Esos sueños que se proyectaron hasta en el espacio, con viajes a la luna incluidos, armaron un siglo caracterizados por el binomio de la guerra y la revolución, guerra y revolución, guerra y vuelta a recomenzar el ciclo.
Las fantasías de Marx que Lenin creyó poder realizar implicarían la creación de un mundo feliz. Sin embargo, cuando Marx se encuentra con Lenin en la novela, la unión de los dos personajes prepara un triángulo amoroso que implica la ruina afectiva y la muerte del salvaje, que además de un personaje de ficción, es un hombrecito muy parecido a cualquiera de nosotros: todavía está enamorado de su mamá (arrastra lo que se llama complejo de Edipo), se pasa el día leyendo y repitiendo de memoria versos y demás zonceras (va a la escuela, podríamos decir), se muda a un faro y se entretiene haciendo señales de luz para otros posibles náufragos de otras posibles islas. John es un adolescente aplicado y, como tal, no ve la hora de mandarse a mudar lejos.
Como un amigo que nos adelanta que el día de nuestro cumpleaños de quince, para el que hemos alquilado una quinta alucinante, se esperan lluvias, fuertes tormentas y cortes de luz, Huxley les aguó la fiesta a los hippies anticipándoles treinta años antes de ‘Are you experienced?’ que sus sueños de comunidad apartada, eso de ‘pásate un peine y usa la boina roja, compra los diarios, compra dulce de leche, toma el tren hacia el sur’, Huxley anticipó que todas esas utopías podían no ser otra cosa que un “mal sueño” (no pesadillas, siempre habremos de mantener el humor y un buen talante ante ellas), una ilusión de felicidad inducida, muy probablemente, por un soma mal procesado. El más peligroso soma se hallaría en la ilusión de que la felicidad nos sobrevendrá, así, de golpe, el día que las utopías se vuelvan realidad. Lo que por estos días se llama promesa electoral…
Cerati nos encanta por eso, porque siempre nos ofrece de una forma fácil y preciosa la clave para comprenderlo todo. Enamorados podríamos sentir que, entre dos, es posible dejar de sacar cuentas. Que se pudran las multitudes de fanáticos felices y alocados porque no tienen otro sueño como no sea el de ver de cerca a sus estrellas y, entonces, flashean con que el sueño se les vuelve realidad cuando hacen pogo en el Quilmes Rock. Ese es el camino que lleva las multitudes hacia el Un mundo feliz.
Yo elijo seguir enamorado y “unir mi sueño con el tuyo y que por fin seamos uno, Uno, uno entre mil”.


1 comentario:

Em T. Ophis dijo...

¡Hola! Verás, cotilleando los blogs al azar, he encontrado este blog, y la verdad es que esta entrada me llamó la atención por el título. Yo, fan incondicional de Marx y Lenin, de la Rusia comunista y de la cultura soviética en general (sin olvidar que mi nombre es ruso), tuve que entrar y leer este texto. La verdad es que me ha encantado, aunque no fuese enteramente sobre mi querido comunista, me ha engatusado la forma de escribir y la frase concluyente. Espero que sigas así :)