El fin del verano

 

 
Un fin de semana de locos, andando en moto, sin casco, repartiendo bebidas piloteando una 50 cc. El local abría pasadas las siete de la tarde pero los llamados empezaban a eso de las ocho y media, nueve, de la noche.
Con una tabla de madera como base, con elásticos y sogas mi tío había conseguido "aumentar el rinde" a cinco cajones de cerveza por viaje. Había que tener cuidado en las esquina al doblar, por el peso de las botellas que se iban de lado. Debían llegar todas batidas pero como no me daban propina no me importaba.
Hay una ordenanza municipal que impide vender después de las once y a partir de esa hora los patrulleros acechabann el local para cobrarse su parte. Igualmente, era la hora en la que más se vendía.Con el capot del auto esperando sin llave en la vereda, los chicos pispean antes de salir del local y cargaban rápido el cajón sin que nadie los viera.
El local tiene tres heladeras y dos freezers enormes pero siempre hay que andar reponiendo porque sino no dan a basto con el frío. Pasadas las tres, mi tío regala paquetes de papas fritas, disculpándose por seguir vendiendo birras por más que estén a temperatura ambiente.
Yo no sé si fue porque quería que me volviera de una vez a mi casa o para caerles simpático a las dos rubias que bajaron de la camioneta pero, con una toma de karate que no vi venir, me redujo y terminé encerrado en uno de los freezers. No en el que ya estaba vacío sino adentro del que iba por la mitad. Al principio me quedé quieto pero me empezaron a picar las muñecas y debí cruzar los brazos con los puños cerrados sobre el pecho. Cuando esta mañana me ví las manos, tenía puntitos de sangre, seguramente, causados por las tapitas en los picos de las botellas.  La chapita ondulada que tienen me dejo toda la espalda marcada, como si me hubiera atacado una colmena de mosquitos.

No hay comentarios: