Los Fonzi

En el bar de Palermo que ya todo el mundo sabe, cualquiera que rondando las 04:45 pida ginebra con jugo mandarina pero se conforme con cerveza verá a los hermanos Fonzi comprando cocaina. Y el problema, justamente, es que eligieron, para representar el papel del personaje que viaja a Bollywood a comprar pirotécnia, a un actor. Y, espejito, espejito, para hacer el papel de mamá senadora eligieron una actríz, nada menos que ha Esther Goris. Una simetría familiar que no evita platear desde el comienzo la política como representación; ni la representación como política ni la política en la representación.
El hijo de la senadora se llama Francisco pero le dicen "paquito". Raro porque, en el barrio, a los Francisco les decimos "Pancho". Y Tomás Fonzi es un re pancho y el personaje de Francisco un traga asqueroso.
El problema con los nombres propios continúa con el apellido de la madre: Blank. "Blanca" es una marca ochentosa que por apelar al clishé termina desarticulando uno de los postulados más fuertes de la película, a saber: que todo empezó en 2001.
No obstante, ¿Existe acaso una cierta concepción del ejercicio de los cargos públicos y un cierto modo de representar el poder político que encuentre en los nombres propios un valor al que es posible atribuir dosis elevadas de significación  importancia? Muy posiblemente. Y si, en otro tiempo, eso tuvo un nombre, ¿cuál pudo haber sido? Veamos, hay aristocracia, oligarquía, plutocracia... Ah, si, si: Nepotismo.
El caso Blanca/Black podría tratarse (y qué pena, pobre Esther Goris, hacía una pareja de linda con Adolfo. Adolfo o Alberto, era, ya no me acuerdo) el caso Blanca/Black podría tratarse de las vueltas con las que el nombre propio de la senadora intenta blanquarse para poder perpetrarse en el poder. 
Paco comienza con una vista aerea de una calidad tan mala que corta el único instante encantador que podría haber tenido la película, ese momento casi didáctico en el que los niños hubiesen podido ver, siquiera por una vez en sus vidas, qué esconden, qué hay detrás de los fosos del castillo parlamentario. Toda la película está armada con el rejunte y las sobras de los clishés más desgastantes. No tiene por qué llamarnos la atención, entonces, que la propuesta de arranque sea que los ojos vean lo que vió De la Rúa cuando dejó el Congreso. Pero otra vez, lo único que empezó en 2001, con un dolar a cuatro pesos, fue el cierre de lo que el sistema de festivales supo llamar nuevo cine argentino.   

Una economía distinta de la que un palermo rastaman da la clave: magia "sustancial" del nombre propio, no circula dinero. Pero no hablemos de la bomba. Es, ante todo, una metáfora: "mirá lo que te traigo, directo de la villa, (made in Wollywood)". Como si Adrian Caetano o Bruno Stagnaro no hubiese existido.   

Paco mezclado con budismo Zen en las versiones rebajadas de los tallercitos de palermo. ¿Cuánto hace de lo de Unicenter? Porque sin duda las escenas más hilarantes son las que insisten en representar cierta confianza en los mecanismos de sistema de justicia. Carpetas, expedientes, el adefecio teveziano de Nelso Castro, fizcales que se empeñan en tramitar como un reclamo de intervención política el miedo ante lo que se ha ido de las manos. Pero entendámonos bien porque no se trata aquí de una frase de las que usa mi abuela. "Lo que se fue de las manos" es el negocio.
Y "¿lo que?" es el tipo de preguntas que caen bajo la esfera de quienes se encargan de representar ante la gente "sus" intereses personales, "lo que" es lo que dice el hijo de la senadora cuando imita al lumpen para manejarse tranquilo durante su safari sexual en la villa.
La novia. Una chica pobre a la que ni la puerta de la heladera de la casa del hijo de la senadora la ilumina. Una pobre chica a quien obligaron a imitar a Eme Vitale, que en el country de Cardales le roba al personal auxiliar las canciones de cuna "norteñas".
Pero además, "lo qué" es el modo como el lenguaje disfraza un sondeo acerca de las causas por las que ya no se mantienen estables los nombres propios tradicionales. Una preocupación por el lenguaje heredado, por la herencia. El hijo de la senadora es un desheredado y un bastardo y tiene un modo más bien confuso de pensar en la ley. Superpone venganza y arrepentimiento. Ultimamente, nos hacen creer que vivimos en un mundo gore. Y Paco tiene un poco de eso. Apela a las técnicas obvias (picado-contrapicado), poniendo lo que en Dario Argento era pura belleza al servicio de una pretención de impactar al espectador que se revela impotente y molesta.
A metros de lugar transcurre la película, con viejitos que tosían y una gorda loca que gritaba y se reía cuando el gag ya había pasado, vi la película ayer en el Gaumont, comiendo dos barritas de chocolate Aguila que encontré sin abrir bajo el asiento. No voy a detenerme en los títulos. Nuevamente, problemas con los nombres propios. Los dos gorditos pincheta que cuidan la cocina aparecen en el reparto como "Custodios de la cocina".
¿Lo qué? Custodios tienen otro tipo de gente (Chiche Duhalde, por ejemplo). Esos tipos son, o bien policías, o bien asesinos a sueldo. Matones podría ser una opción porque "custodios" tiene la clase dirigente, lo que la gente (mi abuela, por ejemplo) llama los políticos. Después, "locas" del internado, internas y listo. La última que recuerdo parecía el título de una canción de Emmanuel Horvilleur "Bella toma cocaina."

Estuve siempre enamorado y ella lo sabe asique sólo recupero a la hija de Moria. Adrián Rodríguez, que canta una canción re linda en la película, me comentó el sábado que la relación con Diego se ha ido al diablo. Ya les contaré más novedades.

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