Salí apurado del Rojas, caminé dos cuadras y bajé al subte. Me instalé contra la ventanilla al final del coche, en el espacio libre de butacas y empecé a mirar. Era él.
Dejé pasar tres estaciones y caminé por el pasillo. Estaba decidido, iba a su encuentro. Me detuve un momento para mirar los carteles sobre las puertas y fui el ser más amable del mundo con un señor que me preguntó si lo dejaba en abasto. La actividad me desviaba de mi objetivo, el frenesí del primer impulso se perdía en explociones desencadenadas. Mi timidez quiso detenerme todavía un momento para hablar con el señor, aplazando, siquiera instantes, preciosos instantes, el encuentro.
Yo iba entonces a su encuentro. Todo el tiempo, hacía esfuerzos por recordar su nombre hasta que, de milagro, dí con él; sabiéndome ante Santiago Vega, dije: Hola, vos sos... pero el señor que ya se bajaba me tiró una última vez de la manga obligándome a voltear para escucharle decir sus muchas gracias pronunciadas en un tono raro para ser un día domingo.
Repetí: ¿vos sos Washington Cucurto?. Al ver que miraba a sus acompañantes para comprobar que todos estuvieran a salvo, me apresuré: perdoná, es un poquito ñoño pero es que yo sigo tus libros. El padre de familia y el personaje se soltaron, corriendo tras el brillo de sus ojos. Vueltos ahora a instalarse tras una enorme bufanda blanquiceleste, me inquirían a su vez: ah, mirá, ¿vos te llamás?, preguntó, tendiéndome su mano y una sonrisa serena. Reconocí en su dedo gordo la cobertura exterior de sus uñas atacadas por años de nervios y trabajos de amor perdidos entre máquinas de imprenta, cadenas de bicicleta y globitos de carnaval.
Seguro saco algo a fin de año, creo haberlo oido decir mientras me alejaba a mi vez la distancia de un par de asientos. Al bajar, examiné los restos de frase de una de las personas que lo acompañaban a ver 3D en Abasto; flotaban como pochoclos las palabritas un lector, mirá, encuentro, (risas). Nos miramos a través del vidrio salpicado del Wholetrain. Agitamos las manos y yo sentí recibir una instrucción de saludo que me hizo inclinar la cabeza. Mientras esa costumbre provinciana se deshacía, completé las estaciones que me faltaban recordando la tarde en la cartonería cuando sin saber nuestros nombres me recomendó "Salón de Belleza" de Bellatin. ¿No lo conocés?, llevatelo, te va a romper la cabeza.
2 comentarios:
Genial, mucha lirica, de esa que te toca ahí siendo un suceso tan de acá.
Genial.
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