RICARDO FORT: Las reglas del Arte
Ante la vista de incontables criaturas plásticas recién salidas del taller de pintura a mano amontonados en cajas apiladas esperando ingresar al circuito de montaje de la fábrica, y dotado de una provisión inagotable de chocolates con un valor nutricional mucho más elevado, no debería sorprendernos que Ricardo Fort haya abandonado apenas iniciada su colección de muñecos en miniatura.
Privado del suspenso que los envoltorios totalmente adornados promueven en el resto de los niños, para quienes incluso hoy resulta imposible conocer por anticipado cuál es la sorpresa que el sistema de embalaje mecánico les tiene deparado, muy pronto perdió Ricardo el gusto por los chocolatines Jack. Aunque haya podido acaparar las figuritas difíciles de todos los álbumes por montones, era esperable que terminara dedicándose a tareas más estimulantes.
Su cuerpo creció hasta volverse un imán de adjetivos y acaso el que menos lo describe y mejor se aplica sea “contundente”. Para moldearse un cuerpo contundente recurrió a las cirugías y al ritmo apresurado de los esteroides.
Sólo hay que darnos el tiempo justo para saborear bien sus apariciones, para adivinar detrás el personaje la suave intensidad de cada una de las capas que lo componen: juntas son una delicia porque nos recuerdan, entre risotadas, cómo funciona el tugurio del espectáculo. Entre quienes están acostumbrados a verlo lookeado, las fotos que destaparon su aspecto ñoño del pasado causaron sorpresa debido a que nos lo muestran portando anteojos de marco redondo al mejor estilo Hijitus y peinado con impecable raya al medio su inigualable corte Calculín.
Los coleccionistas saben perfectamente cuánto deprecia los objetos un empaque abierto pero a él la lógica de la espera y las dilaciones parece haberlo tenido siempre sin cuidado. Con seguridad, lo más probable es que se trate del proceso transformativo seguido por un ñoño cuando es heredado por su herencia.
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