"Las vacaciones del ilusionista"

Los libros de magia contienen una serie de reglas que se repiten desde hace años casi sin variantes. Saben que en cada aprendíz de Merlín hay un hijo de mimos sin amigos. Porque ellos mismos nunca fueron magos, los redactores desconfían, en primer lugar, y ante todo, de los niños lectores. Creen necesario procurar que el pequeño no cambie el secreto de sus trucos por media hora de protagonismo o endulzada amistad. Y entonces, una de las "reglas de oro" reza: 2. Resiste la tentación de revelar el truco a tus amigos ¡aunque te lo pidan por favor! No se lo digas, y así se sentirán más impresionados por tu magia.
La magia funda su poder de encantamiento en una especial disposición para creer incluso cuando nada nos promete mientras esperamos. Bien podría pensarse que los libros de magia enseñan, ante todo, a desconfiar.
Pasada la nube de humo inicial, el niño identifica al redactor y la editorial del manual como cosas distintas de la ciencia ancestral que lo desvela y, haciendo definitivamente a un lado la figura estelar de moda (Jamás nunca jamás, el Mago Enmascarado pero sí Copperfield, a quien siempre fue fácil sacarle los trucos que hacía por la tele. Números que sumaban 7, 11, 21, divisiones que se aprenden en la primaria...), el mago ya está preparado para hacer sus trucos solo.



Para qué engañarnos. Sylvain Chomet, que hizo cortos y una película que son tan buenas como sus historietas, las noticas que sobre él pueden consultarse, nos han dejado sin palabras. Sólo podemos ("por ahora") hacer morisquetas, exagerar nuestras expresiones distraídas de alegría, soñar yendo de la mano al cine con alguien lindo y en la otra, vacaciones eternas con helados que no se derritan.

2 comentarios:

S. dijo...

o que no se caigan al piso...

Lorenza Murió dijo...

claro, claro,
pero Ud. nunca quiso revelarnos dónde se consiguen..